El filósofo y científico político Samuel Huntington, en respuesta a su alumno Francis Fukuyama —también filósofo y economista—, nos presentó la idea del choque de civilizaciones.
Aunque esta idea no era completamente nueva, ya que Albert Camus la había contemplado casi 50 años atrás, su impacto y popularidad generaron incertidumbre y miedo en muchos.
El choque de civilizaciones sostiene, en resumen, que las guerras del futuro no se librarán entre países, sino entre culturas, y que la cultura islámica representa una de las mayores amenazas para la cultura occidental. La influencia de la teoría de Huntington ha crecido especialmente tras los atentados terroristas vinculados a extremistas musulmanes y las acciones estadounidenses para reafirmar su hegemonía global.
Sin embargo, el choque de civilizaciones no tiene que ser un concepto fatalista. Visto en perspectiva, puede representar una oportunidad para derribar viejas ideologías y construir un futuro en el que exista una única civilización: la humana y cosmopolita.
Diversos académicos, líderes religiosos de diferentes creencias y practicantes espirituales proponen un proyecto ambicioso: la unificación de la espiritualidad. Aunque a primera vista puede parecer descabellado, no es un objetivo inalcanzable.
Hay abundante material que señala los paralelismos entre las distintas religiones y sus efectos en los seguidores más comprometidos. Según estudios contemporáneos, la espiritualidad podría estar arraigada en nuestro código genético. Es posible que nuestra necesidad de creer en un poder superior esté escrita en nuestro ser evolutivo. Por lo tanto, la unificación de prácticas espirituales y la eliminación del dogma no son tareas imposibles.
Si nos lo proponemos, podemos lograr la caída de las civilizaciones fragmentadas y, de sus escombros, construir una civilización única: la civilización humana.
Espiritualidad sin religiones.