¿Cuántas veces nos hemos despertado sintiendo que carecemos de propósito en la vida? Aquellos que llenamos nuestra agenda diaria por costumbre o práctica social, creemos que nuestras vidas tienen sentido y propósito. Sin embargo, ¿es ese propósito diario equivalente al propósito de vida que buscamos?
El doctor Viktor Frankl, superviviente de un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial, desarrolló la logoterapia, una terapia psicológica basada en sus experiencias personales. Frankl observó que aquellos que tenían un propósito diario o una razón para sobrevivir en el campo de concentración encontraban motivación y formas de sobresalir en medio del sufrimiento.
La idea de Frankl no es nueva, pero su enfoque sí lo es. Religiones, líderes y historias populares han intentado crear un metamito que explique la razón de ser de las cosas. La filiación familiar se basa en el metamito de la línea de sangre y, más recientemente, en el apellido. Las naciones comparten el metamito del origen y las dificultades compartidas. Y así, desde tiempos inmemoriales, hemos creado metamitos sobre el propósito de nuestra vida.
Algunos consideran que su propósito es engrandecer su nación, mientras que otros buscan dejar una huella en un área específica. Sin embargo, todos comparten una acción común: dar sentido a su día. Cuando enfrentamos decepciones o reevaluamos nuestros ideales, experimentamos un bajón emocional. De repente nos damos cuenta de que nuestra supuesta vocación no era más que una idea arraigada en nuestra mente.
A veces juzgamos a aquellos que no siguen el mismo ritmo de vida que los miembros activos de la sociedad. Asumimos que carecen de iniciativa, que son conformistas y que son pocos más que parásitos. Pero, ¿habrán ellos descubierto algo acerca del propósito de vida? ¿Qué tal si no hubiera propósito de vida y toda existencia fuera, en términos valorativos, lo mismo? ¿Podría uno vivir así?
Es probable que crisis de identidad surgieran, que muchas instituciones y convenciones se derrumbaran. El metamito del propósito de vida ha venido desarrollándose con cada avance que da la humanidad, nos ayuda a darle sentido a esta extraña existencia que experimentamos, y no nos hemos permitido soltarlo.
Si hoy dijéramos «todo lo que hago es igual, es un reflejo de todo lo demás y es causa y consecuencia de una sola entidad», entonces podríamos enfocarnos en una actividad sencilla pero novedosa para muchos de nosotros: vivir el momento. Es decir, no buscar razones para vivir, solo vivir. Si suena provocadora esta idea, es porque más de una vez hemos dudado que haya un verdadero propósito.
Al soltar esas ideas, podremos por fin ver la realidad frente a nosotros, disfrutar el momento y desprendernos de la noción del ego que pide a gritos una razón por la cual existir.