¿Cuántas veces hemos sufrido por algo que ha dejado de ser? ¿Cuántas veces nos hemos alegrado por el inicio de algo nuevo? Y, ¿cuántas veces nos hemos detenido a reflexionar sobre la posibilidad de que el inicio y el fin, en el sentido de algo finito, no sean la verdadera realidad de las cosas?
La mente humana tiene una necesidad innata de ordenar y clasificar la realidad que percibe, buscando dar sentido a su experiencia. Esta capacidad, que ha sido crucial para la supervivencia de nuestra especie, se manifiesta en nuestra conducta cotidiana y en nuestra forma de interactuar con el mundo.
Rafael Pérez Ruzafa, Académico Numerario de la Academia de las Ciencias, señala en su artículo «Dicotomías o la necesidad de clasificar» (noviembre de 2017):
«La mente humana tiene problemas con los continuos. Nuestro cerebro se ha desarrollado evolutivamente para detectar patrones y regularidades en un entorno aparentemente caótico, y de este modo poder anticipar los acontecimientos y evitar problemas. Ello implica ordenar y clasificar la información. La consecuencia es que nos resulta difícil comprender los procesos si previamente no los encuadramos en un organigrama tan sencillo como sea posible, lo que lleva a clasificaciones dicotómicas.»
Esta tendencia nos dificulta entender que tanto nosotros como nuestro entorno nos desenvolvemos en un continuo. El concepto abstracto de algo que no tiene ni inicio ni fin resulta complicado de asimilar y, aún más, de aceptar.
Una forma creativa de ilustrar lo que ocurre en nosotros y en nuestro alrededor es observar cada fenómeno, ya sea pequeño o grande, como un ciclo de creación, destrucción y transformación.
El principio aparente del fenómeno es la creación; su término, la destrucción; y el proceso que sigue es la transformación. ¿Qué ganamos con esta perspectiva? Para empezar, podemos reducir la ansiedad y los apegos. Al reconocer que la clasificación de «inicio» es meramente nominal y no representativa de la realidad, dejamos de aferrarnos a conceptos que generan estrés.
Además, esta comprensión nos permite cultivar una mayor conciencia sobre la unidad del cosmos y la disolución de la noción del yo como entidad aislada. Finalmente, al apreciar cada matiz de la existencia como un eslabón en la vasta cadena de continuidad del cosmos, liberamos nuestro potencial creativo y aprendemos a navegar la vida con una mente más abierta y receptiva. En este ciclo interminable de creación y transformación, descubrimos que el cambio no es algo que temer, sino una oportunidad para crecer y expandir nuestra comprensión del mundo.
Joseph Estermann, en su análisis de la filosofía andina, nos ofrece un enfoque fresco sobre cómo aplicar la filosofía de la interculturalidad. Este enfoque no solo resalta la riqueza del pensamiento andino, sino que también invita a replantear cómo nos relacionamos con diversas tradiciones filosóficas en un mundo cada vez más globalizado.
En los años 80, surgió un movimiento de concientización que buscaba desmantelar el eurocentrismo dominante en la filosofía mundial. Este movimiento fue fundamental para cuestionar la supremacía de las ideas occidentales y promover un reconocimiento más equitativo de las tradiciones no occidentales. Antes de este movimiento, era habitual evaluar ideologías, costumbres y tradiciones a través de la lente occidental. Si las tradiciones filosóficas de un pueblo no se alineaban con las europeas, simplemente no se consideraban filosofía. Esto generó una exclusión de voces valiosas y de formas de conocimiento que habían existido durante siglos.
Hemos discutido en entradas anteriores el origen del quehacer filosófico y cómo se relaciona con la adaptación humana. Aunque no contamos con registros históricos que nos digan que los ancestros del Homo sapiens sapiens filosofaban, hay suficientes evidencias arqueológicas y antropológicas para inferir que desde tiempos remotos se ha estado reflexionando sobre la existencia. Las pinturas rupestres, las herramientas de caza y el desarrollo del lenguaje verbal y escrito son pruebas de que todos los pueblos del mundo, sin importar su momento histórico, han creado su propio sistema de pensamiento filosófico.
Estermann realiza un trabajo extraordinario en su estudio de la filosofía inca, destacando cómo la cosmovisión andina se centra en la interconexión de todos los seres vivos. Sin esfuerzo, equipara la idea de la chakana quechua y aimara (un símbolo de unión entre lo humano y lo divino) con las filosofías de pueblos subyugados y olvidados, así como con la filosofía dominante. Este simbolismo de la chakana se traduce en una comprensión de la vida que trasciende las divisiones artificiales impuestas por el eurocentrismo, fomentando una visión más holística y ecológica de la existencia.
Esta comparación es una excelente manera de entender la importancia de abrir el diálogo cultural. Al igual que la chakana, este diálogo nos brinda una escalera que nos permite alcanzar un entendimiento más profundo y una verdadera unión como sociedad. La idea de la interculturalidad va más allá de la mera tolerancia; se trata de construir puentes que permitan el intercambio de saberes y experiencias.
Los diálogos polílogos a los que cada vez más filósofos se están sumando son la respuesta a los grandes desafíos que enfrentamos en la actualidad. En un mundo marcado por conflictos, desigualdades y crisis ambientales, el intercambio de perspectivas filosóficas puede ofrecer soluciones innovadoras y sostenibles. Respeto, tolerancia e intercambio de conocimientos son las columnas sobre las que se edificará la nueva sociedad que estamos formando.
Además, este enfoque intercultural puede ayudarnos a abordar problemas globales como el cambio climático, la pobreza y la injusticia social. Al integrar diferentes visiones del mundo, podemos encontrar formas más efectivas y justas de enfrentar estos desafíos. Si logramos sostener estas bases, podremos construir un futuro más inclusivo y enriquecedor para todos, donde cada voz y cada tradición sean valoradas por su contribución única al pensamiento humano.
¿Cuántas veces nos hemos despertado sintiendo que carecemos de propósito en la vida? Aquellos que llenamos nuestra agenda diaria por costumbre o práctica social, creemos que nuestras vidas tienen sentido y propósito. Sin embargo, ¿es ese propósito diario equivalente al propósito de vida que buscamos?
El doctor Viktor Frankl, superviviente de un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial, desarrolló la logoterapia, una terapia psicológica basada en sus experiencias personales. Frankl observó que aquellos que tenían un propósito diario o una razón para sobrevivir en el campo de concentración encontraban motivación y formas de sobresalir en medio del sufrimiento.
La idea de Frankl no es nueva, pero su enfoque sí lo es. Religiones, líderes y historias populares han intentado crear un metamito que explique la razón de ser de las cosas. La filiación familiar se basa en el metamito de la línea de sangre y, más recientemente, en el apellido. Las naciones comparten el metamito del origen y las dificultades compartidas. Y así, desde tiempos inmemoriales, hemos creado metamitos sobre el propósito de nuestra vida.
Algunos consideran que su propósito es engrandecer su nación, mientras que otros buscan dejar una huella en un área específica. Sin embargo, todos comparten una acción común: dar sentido a su día. Cuando enfrentamos decepciones o reevaluamos nuestros ideales, experimentamos un bajón emocional. De repente nos damos cuenta de que nuestra supuesta vocación no era más que una idea arraigada en nuestra mente.
A veces juzgamos a aquellos que no siguen el mismo ritmo de vida que los miembros activos de la sociedad. Asumimos que carecen de iniciativa, que son conformistas y que son pocos más que parásitos. Pero, ¿habrán ellos descubierto algo acerca del propósito de vida? ¿Qué tal si no hubiera propósito de vida y toda existencia fuera, en términos valorativos, lo mismo? ¿Podría uno vivir así?
Es probable que crisis de identidad surgieran, que muchas instituciones y convenciones se derrumbaran. El metamito del propósito de vida ha venido desarrollándose con cada avance que da la humanidad, nos ayuda a darle sentido a esta extraña existencia que experimentamos, y no nos hemos permitido soltarlo.
Si hoy dijéramos «todo lo que hago es igual, es un reflejo de todo lo demás y es causa y consecuencia de una sola entidad», entonces podríamos enfocarnos en una actividad sencilla pero novedosa para muchos de nosotros: vivir el momento. Es decir, no buscar razones para vivir, solo vivir. Si suena provocadora esta idea, es porque más de una vez hemos dudado que haya un verdadero propósito.
Al soltar esas ideas, podremos por fin ver la realidad frente a nosotros, disfrutar el momento y desprendernos de la noción del ego que pide a gritos una razón por la cual existir.
La convivencia humana está llena de altibajos. Basta con entender que la relación con uno mismo es complicada para reconocer que la relación con terceros puede convertirse a veces en un reto. Los estados anímicos, los conceptos cambiantes, los antecedentes sociales y las circunstancias imprevisibles son algunos de los factores que influyen en la fricción de la convivencia humana. Esto sin agregar los intereses personales y el refuerzo egoísta que recibimos al creernos estar en «lo correcto» en una discusión.
Un caso común de dificultad a la hora de convivir con otro ser humano es cuando aparecen las proyecciones. Persona 1 está teniendo un mal día porque se desveló irresponsablemente el día anterior y hoy, privada de la lucidez después de un buen descanso, está de mal humor. Aceptar que está de mal humor es aceptar que fue irresponsable ayer y que hoy sus compromisos la abruman; en resumen, que se equivocó y que es incapaz de realizar sus actividades en ese estado, un serio golpe al ego.
Lo que hace, y muchos hacemos, es proyectar su falta en otros. Persona 2 inicia su interacción con Persona 1 como comúnmente lo acostumbra. Persona 1 aprovecha la primera oportunidad para insinuarle a Persona 2 que anda de mal humor. Ahora Persona 2, quien no está de mal humor, es consciente de que algo no anda bien; en el momento que le menciona a Persona 1 que está de mal humor, la caja de Pandora se abre. Persona 1 saca una inconformidad del baúl de los recuerdos, la magnifica y, si no recibe la validación que espera de Persona 2, agarra un resentimiento personal contra ella que puede durar días.
Este comportamiento es un ejemplo clásico de cómo nuestro ego puede sabotear nuestras relaciones. Al proyectar nuestras propias debilidades y errores en otros, evitamos enfrentar nuestra propia responsabilidad y crecimientos. Sin embargo, este patrón de comportamiento no solo daña nuestras relaciones, sino que también nos impide crecer y aprender de nuestros errores.
El ejemplo anterior es uno de muchos en la complicada convivencia humana. Una de las soluciones para mejorar la comunicación y empatía entre los vinculados por una relación es escuchar y recordar que uno no posee la perspectiva única de la vida. Otros puntos de vista son igual de válidos y reales. Es posible que dos personas vean de forma diferente el mismo fenómeno o circunstancia y ambos estén viendo la realidad de las cosas, su realidad.
¿Por qué no entender que cada cabeza es un mundo y que es posible convivir acordando estar en desacuerdo? ¿Por qué dejar que el ego arruine nuestras comunicaciones? A nadie le hacemos un favor tratando de reafirmar nuestra individualidad. Dejemos de lado los conceptos y veamos la realidad de las cosas: todos somos parte de un gran todo.
Al reconocer y aceptar nuestras propias limitaciones y debilidades, podemos comenzar a construir relaciones más auténticas y empáticas. Al escuchar y considerar los puntos de vista de los demás, podemos aprender y crecer juntos. La convivencia humana no tiene que ser un reto, sino una oportunidad para crecer y aprender unos de otros.
El sistema carcelario de la mayoría de los países sigue basándose en la antigua tradición del castigo. Sin embargo, esta aproximación resulta ineficaz. Las tradiciones religiosas y costumbres tribales han perpetuado la idea de que el castigo es el medio para corregir las desviaciones sociales. Aunque se proclama que la reformación del detenido es fundamental para su reintegración en la comunidad, la realidad es distinta.
Dentro de las instituciones de detención, la buena intención de los directivos se ve opacada por la pobre ejecución de sus operadores. Pero este es solo el inicio del problema. El enfoque en la criminalidad es el punto primordial de análisis si buscamos reformar el sistema carcelario. ¿Por qué creemos que castigar a un delincuente es el camino hacia la reforma? El índice de reincidencia muestra que el encarcelamiento, con todos los daños y privaciones que conlleva, no está funcionando.
Es posible que en épocas antiguas, cuando la sociedad era más nuclear y los lazos comunales más estrechos, el castigo funcionara como concientizador de las desviaciones del ofensor. Sin embargo, en la actualidad, nuestras sociedades están compuestas por individuos alienados. La cultura del «yo sobre todas las cosas» y los constantes distractores han llevado a que incluso dentro de los núcleos familiares se encuentren extraños.
Un delincuente sin el apoyo de su comunidad es, en términos prácticos, un caso perdido. La cárcel, aunque es un lugar deplorable, se ha convertido en un hotel con limitaciones. Los programas de reformación que se ofrecen ahí suelen ser inútiles porque se olvida que muchos de estos delincuentes carecen de formación ética y desconocen las normas de convivencia.
Para tener un sistema carcelario efectivo, propongo eliminar el castigo como enfoque principal y reemplazarlo por un sistema de reformación basado en el acompañamiento y la educación. Es necesario crear un ambiente propicio y seguro para que los individuos replanteen su ideología y realicen cambios en beneficio de ellos y su comunidad.
No se trata de dejar que los criminales delincan a sus anchas, sino de crear un sistema que priorice la rehabilitación y la reintegración social.
Algunas reformas que podemos hacer son:
Programas de educación y capacitación laboral para desarrollar habilidades y conocimientos.
Terapias individuales y grupales para abordar problemas emocionales y psicológicos.
Actividades recreativas y deportivas para fomentar la salud física y mental.
Tutorías y mentorías para guiar a los reclusos en su proceso de reforma.
Acceso a servicios de salud mental y médica especializados.
Programas de reinserción laboral y empleo asistido.
Vivienda transitoria y apoyo para encontrar alojamiento estable.
Asesoramiento y orientación para reintegrarse en la comunidad.
Actividades comunitarias y voluntariado para fomentar la conexión social.
Seguimiento y apoyo post-reclusión para prevenir la reincidencia.
Involucramiento de la comunidad en la planificación y ejecución de programas.
Voluntariado y mentorías comunitarias.
Colaboración con escuelas y universidades para ofrecer educación y capacitación.
Participación de organizaciones religiosas y culturales.
Creación de un consejo asesor comunitario para supervisar y evaluar el sistema.
En su influyente libro «Las puertas de la percepción», Aldous Huxley narra su experiencia con el peyote, una planta mesoamericana con propiedades psicotrópicas, y explora cómo diversas civilizaciones han utilizado sustancias para acceder a experiencias astrales y expandir su conciencia.
Sin embargo, en la actualidad, el consumo de drogas es visto como un problema global. Antes de aceptar que las drogas en sí mismas son el problema, debemos identificar las causas subyacentes. La prohibición ha generado un lucrativo mercado negro, fomentando la creación de drogas más mortíferas y peligrosas. Además, ha llevado a la formación de cárteles, el uso clandestino de sustancias no reguladas y el encarcelamiento masivo.
¿Es efectiva la prohibición? ¿No sería más eficaz regular el consumo y producción de drogas para evitar estos problemas? La adicción a sustancias como la heroína, el fentanilo y la metanfetamina es peligrosa, pero no podemos negar que el ser humano tiene una necesidad inherente de desconectarse ocasionalmente de la realidad.
La historia muestra que pueblos ancestrales utilizaron métodos naturales para elevar su estado de conciencia. Hoy, deberíamos considerar la regulación estatal del consumo de drogas, verificando su producción para minimizar el factor adictivo y dependiente. Las sustancias del futuro podrían ser utilizadas recreativamente para abrir canales de percepción y fomentar la contemplación meditativa y reflectiva.
No podemos culpar a aquellos que caen en la adicción. Muchas personas carecen de educación o herramientas para enfrentar el sufrimiento percibido en su interior. Debemos ofrecerles válvulas de escape no invasivas y seguras.
Es hora de reconsiderar nuestra relación con las sustancias y dejar atrás la ley obsoleta que tipifica el consumo de drogas. Quizás, en el futuro, podamos regresar a métodos más naturales como la hoja de coca, la Canabis, el peyote, la Ayahuasca y los hongos.
Aquí te dejo la continuación del texto con algunos párrafos adicionales sobre drogas del futuro que elevarían el estado de conciencia:
En el futuro, es posible que surjan sustancias aún más avanzadas y seguras para expandir nuestra conciencia. Estas «drogas del futuro» podrían ser diseñadas para potenciar nuestra creatividad, mejorar nuestra empatía y comprensión interpersonal, y permitirnos acceder a estados de consciencia más elevados.
Algunas posibilidades incluyen:
– Sustancias que amplifiquen nuestra conexión con la naturaleza y el universo. – Compuestos que faciliten la introspección y la auto-reflexión. – Medicinas que permitan acceso a estados de conciencia colectiva y compartida. – Tecnologías que simulen experiencias espirituales y meditativas.
Estas innovaciones podrían revolucionar nuestra comprensión de la conciencia y nuestra relación con el mundo que nos rodea. Sin embargo, es crucial que su desarrollo y uso sean guiados por principios éticos y científicos rigurosos.
La regulación y supervisión de estas sustancias serán fundamentales para garantizar su seguridad y eficacia. Además, será esencial educar a la población sobre sus beneficios y riesgos, y promover un uso responsable y consciente.
El futuro de las drogas que expanden la conciencia es prometedor, pero requiere un enfoque cuidadoso y colaborativo entre científicos, filósofos, líderes políticos y la sociedad en general.
Un estado de consciencia cercano a la realidad de las cosas.