La mentira. Un tema tabú en nuestra sociedad. Pero, ¿por qué? Todos mentimos. Desde los bebés hasta los líderes mundiales. Sin embargo, le hemos dado un estigma tan negativo que nos cuesta aceptar que la mentira puede ser una herramienta valiosa.
Actualmente, definimos la mentira como una afirmación o declaración falsa, incompleta o engañosa, con la intención de engañar, decepcionar o manipular a otros. Pero, ¿es tan simple? La historia nos muestra que grandes pensadores han abogado por el uso consciente de la mentira.
Platón pensaba que una mentira podía ser justificada para el bien común. Aristóteles y Schopenhauer decían que en casos extremos se debía mentir para proteger a alguien de un daño. Incluso Kant, paladín de la verdad, justificaba el uso de mentiras en caso de autodefensa. John Stuart Mill sostenía que la libertad de expresión debía incluir el derecho a decir mentiras.
Nietzsche invitaba a usar la mentira para construir nuevos valores y perspectivas. Heidegger reflexionó sobre la naturaleza de las mentiras, concluyendo que eran cuestión de perspectiva.
Foucault y Sorel veían la mentira como una herramienta para desafiar el poder establecido.
Machiavelli y Schmitt, por otro lado, le dieron una connotación más sombría, proponiendo usar mentiras para mantener el poder y justificar la guerra.
Pensadores contemporáneos como Sloterdijk y Baudrillard también han abordado el tema.
Sloterdijk habla de la mentira como una forma de construir una realidad alternativa y desafiar la hegemonía cultural.
Baudrillard aseguraba que las mentiras son características de la sociedad postmoderna.
¿Por qué esto? Porque la sociedad moderna desea romper los paradigmas que creíamos antes «reales». Sabemos que es posible construir una verdad nueva a partir de mentiras.
Sabemos que la verdad es un término relativo. La corriente del relativismo cuestiona la existencia de una verdad absoluta y argumenta que la verdad es relativa a cada individuo y cultura.
Quizás esa deba ser la forma en que debamos pensar y educar a las futuras generaciones.
Al enseñarles que decir la verdad es correcto y mentir es incorrecto, los encerramos en un paradigma limitante, contrario a su naturaleza. Todos mentimos. No necesitamos que nadie nos enseñe a hacerlo.
Sin embargo, podemos sacar ventaja de ello. Algunos mentirosos pensaron que la Tierra no podía ser plana. Otros mentirosos afirmaron que podría ser posible volar o transmitir mensajes por el aire. Sin pequeños desafíos a las verdades establecidas, no habría progreso.
Mintamos, pero entendamos que la verdad como la conocemos es una teoría pragmática. Aceptamos como verdad aquello que funciona en la práctica. Entonces, si elevamos las mentiras a un plano donde practiquemos y aceptemos que añaden valor a la práctica vivencial, podremos hacer las paces con nuestra naturaleza humana y dejar de alarmarnos por el uso de fake news.
En conclusión, las mentiras de hoy pueden ser las verdades del mañana. Continuemos mintiendo, pero con conciencia y propósito. Solo así podremos romper los paradigmas y construir un futuro más innovador y libre.